Abstract
Entré a la universidad a los veintitrés años, un poco después de la edad promedio de los estudiantes que cursan su primer semestre. Me costó algunos años emprender la carrera que anhelé desde que estaba pequeña, pero como es de conocimiento popular, “toda espera tiene su recompensa”. Antes de ingresar, solo contaba con las bases académicas que había adquirido durante mi paso por el colegio, que a decir verdad no se encontraban lo suficientemente frescas por el tiempo que había pasado; pero indudablemente, antes de iniciar esta etapa de preparación existía en mí una pasión e ilusión inmensa por lo que venía en camino.