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Pensar el hábitat popular sugiere entender las relaciones de las personas con su contexto, con el territorio habitado, los procesos de asentamiento que consolidaron barrios y que, de alguna forma, quedaron marginados de la ciudad. ¿Pero marginados de qué?, ¿de las formas de vida?, ¿de oportunidades de desarrollo? Las respuestas nos llevan a repensar el hábitat, a conocer las comunidades y todo su contexto, a entender cuál es el objetivo y cuáles son los medios para encontrar una ruta que contribuya a los procesos de desarrollo humano, que vayan más allá de lo espacial y territorial, que elogien la idea del diálogo y la colaboración entre las distintas profesiones y actividades, para lograr intervenciones integrales que subsanen y promuevan el desarrollo de las comunidades en todos sus ámbitos. Y esto nos remonta a pensar en la posibilidad de crear una Producción Social del Hábitat, que se basa en procesos de creación de espacios habitables, como viviendas productivas y equipamientos colectivos, hechos bajo el control de autoproductores, agentes sociales, empresas e instituciones, que implican un alto nivel organizativo. Para esto, se necesitan un programa detallado y personas que trabajen juntas como equipo.